Así me ha afectado el Covid al descanso

Abr 10, 2021 | TRASTORNOS DEL SUEÑO

Sabía que me podría provocar dificultades en la respiración. Sabía la posibilidad de que pasara unas cuantas noches con fiebre. O lo de la tos persistente. Incluso conocía que podría pasarme unas semanas con dolor en mis articulaciones y otras partes del cuerpo. Lo que no sabía, lo que desconocía, es que por culpa de padecer el Covid iba a provocar una disminución en la calidad de mi descanso. En despertarme decenas de veces cada noche. El cansancio que nunca quiere despedirse. Así me ha afectado el Covid en mi sueño.

Me infecté de Coronavirus y la calidad de mi sueño disminuyó drásticamente

Como tantas otras personas, he ido pasando por diversas fases respecto a la pandemia que nos lleva azotando desde marzo del año pasado (incluso puede que desde enero del 2020). Lo que primero fue indiferencia ante ciertas noticias que venían de China, luego se fue transformando en un relativo miedo. Obviamente, la semana de marzo donde cerramos las puertas de nuestras viviendas, el pavor se apoderó de mí. Y la incertidumbre. Por primera vez, vivíamos un confinamiento obligatorio. Un toque de queda. Éramos presos de una enfermedad.

Sí, es cierto que los primeros días pudimos convertirlo en una especie de juego de rol. Todos en casa, hablando por Zoom con nuestros amigos y trasladando la oficina a nuestro salón. “Qué bien esto de trabajar en pijama”, nos dijimos. La hora del vermut dominguero se estableció como una rutina divertida para charlar con nuestros seres queridos pero la anécdota empezó a agotar. Los muertos se anunciaban por la tele y la vida se congeló. Fue entonces cuando empezamos no a tener pesadillas, pero sí unos sueños muy raros. Abstractos. Como una película de David Lynch donde no entendemos nada.

Afortunadamente, me salvé de esa primera ola y la relativa “nueva normalidad” me facilitó realizar algún viaje cercano por España, comenzar a frecuentar las terrazas de los bares y mantener cierta relación con los amigos y seres queridos. Aunque no éramos como esos chavales a los que pillan en raves y macrofiestas suicidas, pero conforme se acercaba el frío veía a la gente con más miedo. Así llegamos a las Navidades y un temor que azotaba desde el mismísimo marzo del 2020: la Navidad se cancelaba.

Cumplí las normas, apenas pude cenar con mis padres y mi pareja el 24 de diciembre, comer el 25 y quedar con otros cinco amigos una mañana aleatoria de diciembre. Siempre en una terraza y con mascarillas, claro. Todo bajo el amparo de la ley y de mi propia lógica. A pesar de ser joven, el Coronavirus no hace prisioneros ni discrimina por edades. Nos afecta a todos.

Sin embargo, al final pasó. Mi pareja se contagió por su trabajo presencial y por la propia convivencia, yo también. Me vinieron los tembleques, las décimas de fiebre, el dolor muscular, el cansancio con forma de fatiga crónica, la tos y una quincena de días donde apenas salí de la cama. La prueba del PCR casi me atragantó por la impresión que ejerce sobre nuestra nariz (parece que ese palito te va a llegar al cerebro) y, por supuesto, dio positiva.

Así empezó un vía crucis que aún perdura. Desde el primer día en el que los síntomas se apoderaron de mí, no he podido conciliar bien el sueño. Ni una misera noche. Soy incapaz de dormirme a las horas a las que debo y las noches de Netflix se hacen más y más largas. Pero aún peor, durante el tiempo que duraron los síntomas, me despertaba más de quince veces. Y hablamos de romper totalmente el sueño, no de los tan temidos microdespertares.

Pensé que cuando se fuera el terrible bicho y pasaran unos días, todo acabaría. Pero no. Acabó mi cuarentena, poco a poco comencé a hacer relativa vida normal (básicamente, ir a comprar, pasear un poco y bajar al perro), pero mi sueño no ha vuelto. Soy incapaz de descansar, me duermo tarde, me despierto aún más pronto y sigo durmiendo mal. El día más afortunado es aquel en el que solo me despierto unas tres o cuatro veces, lo cual antaño era sinónimo de una mala noche. Sin embargo, hoy es casi el paraíso. Y, por supuesto, me he despedido de las siestas en el sofá. Me he declarado científicamente como una persona nula de dormir después de comer. Los ojos como platos.

He leído que la ansiedad y el estrés son los verdaderos causantes de este insomnio post-Covid y no tanto el bicho que tuve dentro. Le han llamado Covid-19 crónico. Dicen que afecta a la fatiga y, por tanto, al sueño. Puede durar hasta 10 semanas y representar que aún hay determinados focos de la enfermedad que persisten. Que el Coronavirus modifica nuestro metabolismo e incluso la sangre y el comportamiento cerebral.

La realidad es que han pasado semanas y sigo durmiendo mal. Paciencia.